reseña de "¡Que viva México!"


¡Qué viva México! , Sergei Eisenstein, 1979

La película es una cápsula del tiempo, pues cuenta con material grabado en 1930 si bien  el filme no fue editado sino hasta 1979. Fascinado por la cultura Latinoamericana, Eisenstein busca generar un retrato de México, pasando por diversas zona y generando cápsulas de lo que más le interesa. Así, habla de las pirámides, el pasado mesoamericano, las tradiciones oaxaqueñas, las haciendas y su crueldad, la fiesta e incluso intenta hablar de la revolución, si bien la casa producto retiró su apoyo y esta sección no fue terminada. Es su colega  Grigori Alexandrov quien ensambla el filme cuando este regresa a la URRS, recordando los planes del difunto Eisenstein.

El filme es una composición tras otra. Nunca se define entre un documental o una ficción, pues pareciera no haber actores, sólo mexicanos del momento y sus tradiciones. A la par, el director procura generar ritmos visuales, patrones y composiciones todo el tiempo. De esta manera, una docena de niñas oaxaqueñas se quitan su tocado al unísono, dos toreros se arrodillan simétricamente frente a una virgen, unos jóvenes se besan detrás de una máscara de calaca. Todo el tiempo se generan imágenes poderosas, más allá de la trama. Es un retrato, una interpretación de una cultura ajena, por lo que Eisenstein puede darse el lujo de ser tan crudo o tan romántico como desee. México aparece como una tierra exótica, cruel, bellísima y cínica. Si bien la realidad grabada en la cinta está caduca desde hace casi cien años, la definición y el retrato bien podrían seguir vigentes.

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